martes, 5 de junio de 2007

Tarancón: de Dios para los hombres

En este mes de mayo la población de Burriana celebra con diferentes actos el centenario del nacimiento del cardenal Tarancón. Aquel hombre que vivió la historia de España y la suya propia con un profundo amor a Jesucristo, a la Iglesia, y a los españoles. Un hombre que supo ver en los signos de los tiempos la voluntad de Dios y el bien de los hombres.
Por mi juventud, es evidente pensar que cuando D. Vicente Enrique y Tarancón nació en su población de Burriana, aquel 14 de mayo de 1907, yo no estaba aún ni de camino. Y mi único contacto con él fue a raíz de una visita que el prelado realizó a Figueroles, mi población natal. Invitado por mosén Rafael Vaquer -entonces párroco de aquella comunidad- el cardenal tuvo la gentileza de presidir los actos religiosos del patrón San Mateo. De aquella visita histórica para la localidad desgraciadamente tan solo recuerdo que el cardenal era mayor y ya estaba jubilado-.
No llegué a conocerle personalmente. Pero puedo decir que durante mi etapa de formación en el seminario, de entre las lecturas preferidas, las del cardenal Tarancón gozaban de un privilegio especial.
En una etapa importante para "madurar" la vocación sacerdotal y aclarar ideas, las palabras de este ilustre burrianero me venían como anillo al dedo. Recuerdo algunas de sus frases que tanto bien me hicieron y que he releído para reflejarlas en estas líneas: "El Evangelio es de ayer, de hoy y tendrá validez siempre", "el secreto del futuro de la Iglesia está precisamente en la máxima fidelidad al Evangelio, superando acomodaciones quizá convenientes en otras épocas", "nuestra condición de cristianos no es una ganancia personal: no somos cristianos para nuestro exclusivo provecho" y "el mundo de hoy necesita más testigos que predicadores. Estos testigos, para que su testimonio sea entendido, han de ver con claridad. Y eso ha de traslucirse con nitidez y entusiasmo a través de la vida del evangelizador".
Leer cualquiera de sus artículos o simplemente adentrarse en alguna de sus entrevistas supone darse cuenta inmediatamente del gran talante que tuvo el cardenal Tarancón. Las cotas de libertad humana y religiosa que alcanzó fueron envidiables. Un hombre de fe al que se le puede aplicar perfectamente esa oración de Tagore que dice: "Que tu fama no brille más que tu verdad". Y creo que así lo demostró Tarancón a lo largo de toda su vida.
Dicen que fue siempre un hombre sereno y bueno, astuto como un cardenal que para eso lo era, y pragmático como un sacristán. Confiado como una monjita de clausura y voluntarioso como un seminarista recién llegado. Todo un conjunto de premisas que le valieron -tanto dentro de la propia Iglesia como en algunos ámbitos de la sociedad- para ser conocido como el "cardenal de la reconciliación". Especialmente, por su papel en los difíciles años del final del franquismo y de la Transición, en que con mano dialogante, condujo a la Iglesia española por buen camino.
Sin duda, hubo una frase de Sartre que Tarancón hizo suya y que resume perfectamente lo que él hizo durante toda su vida: "La felicidad no es hacer lo que uno quiere, sino querer lo que uno hace". Y como ha quedado más que demostrado con obras y escritos, nuestro prelado gastó y desgastó toda su vida por la Iglesia y Jesucristo. Y según afirman los que lo conocieron lo hizo con un carácter afable, bondadoso, sencillo, espontáneo, tolerante, comprensivo, intuitivo y suspicaz. Y hasta tal punto amó y se entregó a su labor como pastor, que en una entrevista periodística señaló: "me agradaría sobremanera morir con las botas puestas, en la brecha, gastándome y desgastándome por los demás". Y así fue. A sus 87 años -este líder carismático- fallecía dejando una huella imborrable en la historia de la Iglesia española. Y lo hizo con las botas puestas como él quería.
(Publicado en la sección de opinión del Periódico Mediterráneo el lunes 28 de mayo de 2007)