Queridos hermanos sacerdotes:
En especial, a Joaquín –rector de esta iglesia de Almassora-, a quien agradezco la invitación que me ofreció para compartir con vosotros esta festividad; a Javier Aparici –vicario Episcopal de Pastoral-, Corporación Municipal, encabezada por su alcalde Vicente Casanova; hermanos y hermanas, fieles todos en el Señor.
Me gustaría comenzar esta homilía con una pregunta dirigida, personalmente, a cada uno de los aquí presentes:
Posiblemente, dependiendo de lo que nos toque vivir o sufrir en cada momento, la respuesta sería distinta. Podría ser una contestación relacionada con el amor, la salud, el trabajo, el dinero, los amigos, la familia,… Pero eso no sería suficiente. Habría que saber distinguir entre esa buena noticia –que nos alegraría el día- y esa otra -que nos cambiaría la vida-. Y es, precisamente, esta segunda, la opción que eligió Santa Quiteria en su historia personal. La de elegir la noticia que cambió su vida por entero y que la convirtió en modelo de entrega, de generosidad, y de probada paciencia. Y, sobre todo, en ejemplo de santidad. Pero ¿cuál fue esa noticia que transformó el rumbo de su historia, por ejemplo, ante los proyectos de matrimonio que diseñaba para ella su familia? La respuesta es evidente: la Resurrección de Cristo. La Pascua. La celebración que enmarca hoy la festividad de vuestra patrona.
Sólo después de haber gustado interiormente el efecto de este acontecimiento de la historia puede uno cambiar muchas realidades de su vida. Una fuerte experiencia de fe y de oración hace resplandecer, y contagiar la alegría de una vida en Cristo. Lo hemos escuchado en la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios: “Creí, por eso hable”. Es decir, aquello en lo que creo y da sentido a mi vida no puede ser vacilante, ni tambaleante. Sino convincente y coherente. Mis labios deben rebosar de aquello que goza mi corazón. Tengo que hablar de lo que vivo en mi vida. Como dice el Apóstol “estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os pida explicaciones” (1Pe 3, 15).
Así pasa también en la vida cristiana. Lo hemos escuchado: “Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; en toda ocasión y por todas partes; llevamos en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal”. Es evidente que no se trata de amar el sufrimiento por el sufrimiento. Pero se trata de aceptarlo, de entenderlo para imitar a Jesús. Cuando hoy el mundo y la sociedad nos enseñan a enmascarar, a tapar, y a ocultar la angustia y la muerte. Jesús nos recuerda “cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy sencillo y humilde: encontraréis vuestro respiro, pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
El Evangelio de Cristo es “gloria” y “luz” pero también “sacrificio” y “cruz” (como la propia vida). Y debemos tener claro que no puede haber Resurrección si antes no hemos pasado por la Crucifixión. Una idea que tuvieron clara los discípulos del Señor y tantos y tantos santos a lo largo de la historia de la Iglesia.
Ser cristiano supone llevar un gran tesoro. Que podemos malgastar, perder, ni siquiera utilizar, esconder o regalar. De nosotros dependerá lo que hagamos con él.
Los santos fueron portadores de este gran tesoro, conscientes de que lo llevaban “en vasijas de barro” para que se viera que una fuerza tan extraordinaria era de Dios y no provenía de ellos. Es decir, en medio de nuestra fragilidad, de nuestra condición mortal y pecadora, de nuestros defectos, limitaciones,… podemos ser grandes mensajeros. Testimonios esperanzadores. Porque “en la fragilidad y debilidad del hombre se pone de manifiesto la fuerza de Dios”. Y así lo hemos comprobado en el Santoral Romano. Porque los santos no fueron superhombres, ni extraterrestres ni personas de otros planetas. Fueron como nosotros, con muchas virtudes y muchos defectos, pero como mensajeros del Evangelio y con sus limitaciones, sufrimientos, aparentes fracasos y su muerte física, fueron generadores de vida para sí mismos y para los demás.
Que tengamos claro que la evangelización y la misión se realizan por medio de testigos y estos no dan solamente testimonio con las palabras, sino también con la vida. Que no digan de los creyentes que somos hombres y mujeres de palabra pero la obra no aparece por ningún lado. Pascua es fiesta, pero sobre todo, tarea, camino, misión y lucha. Y digo lucha, porque lo bueno e importante de la vida siempre cuesta esfuerzo.
Que los demás crean por nuestra coherencia de vida y, que “la Palabra de Dios cunda y crezca”. Que la unidad fraterna posibilite nuestro trabajo. Y así, que el signo más creíble que surja de nosotros sea la caridad: la caridad hacia dentro y hacia fuera. Porque nadie da lo que no tiene. Y si tenemos paz interior regalaremos paz exterior.
Que Cristo, por intercesión de Santa Quiteria, nos ilumine hoy para que acertadamente elijamos a nuestros representantes políticos, buscando a aquellos que favorecen la concordia y el bien común. Y trabajan por el bienestar de todos.
Que el testimonio de martirio y santidad, de vuestra patrona, sirvan para que los fieles de Almassora puedan confesar la verdad que profesan cuando deban, como corresponda, ante quienes sea, y para decir lo que proceda. Sea o no del agrado de los que oyen o halague o no a los que escuchen. Porque creer bien y enmudecer no es posible. Y los que quieran armonizar el silencio con la fe sincera, pretenden un imposible.
Que siguiendo a Cristo que es “el camino y la verdad y la vida” podamos salir vencedores de los tormentos de esta vida y podamos alcanzar las glorias de la Eterna. Que así sea.
(Pronunciada por el Rvdo. Héctor Gozalbo, en la iglesia parroquial de la Natividad de Almassora, el domingo día 22 de mayo del 2011)