jueves, 12 de marzo de 2009

La Romeria a la Magdalena: una metáfora de la vida y de la espiritualidad

Llegado el tercer domingo de Cuaresma los castellonenses se aprestan a la celebración ancestral que fundamenta sus fiestas actuales: la romería a la ermita del Castell Vell, la de la Magdalena. Y son conscientes del significado de esta celebración, que recuerda por una parte el sentido histórico –traslado de la ciudad de Castellón desde la montaña de la Magdalena a la llanura litoral- y por otra, el sentido religioso-penitencial –celebrar la fe de la comunidad cristiana-.
Tanto la explicación histórica como la explicación religiosa fundamentan el origen de una tradición: la Romería a la Magdalena. Y las dos se unen para hablar de colectividad. De un grupo de individuos a los que une una relación o que persiguen un mismo fin: en este caso, el camino hacia una meta para celebrar o rememorar un acontecimiento. Pues bien, para alcanzar este objetivo los miles y miles de romeros se encauzan en un camino. Un itinerario, que es, sin duda alguna, metáfora de la propia vida humana y espiritual.
La romería a la Magdalena es un camino como la propia vida, que debemos caminar. Algunos van lentos, otros van más rápidos para no perderse nada. Algunos prefieren ir en línea recta, porque quieren la tranquilidad y la seguridad que les hace sentir ver el sendero marcado, o también están los que prefieren coger otros senderos corriendo el riesgo de caer, perderse o encontrar algo distinto, nuevo y mejor. Los hay que van caminando, y otros van corriendo. También algunos paran para contemplar los paisajes y otros jamás les prestan la menor atención. Algunos tropiezan inmediatamente otros tardan un poco más, pero todos tropiezan alguna vez. Los hay que van solos, otros acompañados por multitudes o grupos de amigos. Otros llevan gente a sus espaldas, otros son llevados. También los hay que van de la mano de alguien. Sin olvidar, que el camino jamás es recto, a veces sube y otras veces baja. Tampoco es liso y nos podemos encontrar con piedras, arena, cemento,…Pero, ante todo, lo importante es caminar, seguir avanzando, sin pararse.
El gesto de caminar es un símbolo bastante expresivo de la fe cristiana. Indica siempre disponibilidad, decisión, búsqueda de algo o de alguien. Es la imagen de un cristiano o mejor de una comunidad que “peregrina”, que avanza hacia una meta importante de su fe. Que “sale” de una situación y quiere llegar a otra. Ya en las Sagradas Escrituras se nos indica el símbolo de este gesto. En el Antiguo Testamento, el libro de los Proverbios nos dice “que toda la vida del hombre es un camino”, y uno de los Salmos añade que “no sólo existe el camino de los justos sino también la senda de los malvados”. Y el punto culminante del simbolismo bíblico del camino es el testimonio de Jesús sobre sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie se acerca al Padre sino por mí”. Indicando, de esta forma, que él mismo es el camino para llegar a Dios. Por eso, todo peregrinaje o romería recuerda al cristiano que nuestra vida en la tierra sólo es una peregrinación al cielo.
También el gesto de caminar, desde un punto de vista social, supone la voluntad de avanzar hacia una meta. Como lo podemos fácilmente comprobar en las manifestaciones, marchas de protesta, en las huelgas,… donde tantas y tantas personas se agrupan con un mismo fin. Es decir, defender unos ideales, abogar por unos derechos justos que promuevan el bien común, gritar para que acaben el terrorismo y la violencia, etc.
De igual modo, el romero que va a la Magdalena, el tercer domingo de Cuaresma y se pone en camino para alcanzar su meta: el Castell Vell y el Ermitori, busca su ideal: formar parte de esa colectividad, rememorar su identidad o, bien, alimentar su espiritualidad.

INICIAR EL RECORRIDO

Un trayecto que comienza siempre desde la Concatedral de Santa María de Castelló. Es este el punto de partida al igual que para un cristiano el punto de partida es el templo, donde recibe por el sacramento del Bautismo, la fe, y por consiguiente su incorporación a la comunidad cristiana. A partir de ahí comienza un itinerario de maduración humana y cristiana, que también inicia el romero en su avance hacia la montañeta.
Avanza el castellonero por la calle Mayor hasta el Camí dels Molins, pasando por el Camí de la Travessa, hasta llegar a Sant Roc de Canet, donde es obligado probar la figa i el doset. Después, por el camino l’Algepsar sigue hasta la ermita, para allí celebrar la eucaristía, como meta de su camino. Durante todo ese recorrido el romero experimenta los sentimientos propios del caminante. Los símbolos y gestos del camino: las campanas, los cohetes, las paradas, la indumentaria, los cantos,… que representan las emociones y los sentimientos. Tienen su código, poseen su lenguaje, muchas veces oculto a la lógica usual que utilizamos en nuestra vida diaria. Por eso, cuando no se interpretan correctamente nos pueden conducir al error. O tan sólo dejarnos pasivos. Privándonos de oportunidades importantes que realmente pueden iluminar nuestra vida. Por ejemplo, la caña con la cinta verde que portan los romeros identifica a la gente con la colectividad. Pero también representa el apoyo necesario para soportar la dureza del camino.


En definitiva, el “camino” hacia la Magdalena es el trayecto que muchas civilizaciones, a lo largo de la historia de la humanidad, han seguido en busca de su identidad colectiva o espiritual. Es la búsqueda de lo común. Pero también el encuentro con el otro, y por qué no, con lo más trascendental. Y como dice Antonio Machado en uno de sus versos más conocidos: “caminante no hay camino se hace camino al andar”, que la Magdalena sea siempre ese camino para que los castellonenses vayan poco a poco construyendo un futuro de humanidad y religiosidad para promover siempre a través de sus tradiciones más arraigadas los valores de la fe, la esperanza y la caridad. (Este artículo aparece publicado hoy en el Extra de Fiestas de la Magdalena del Periódico Mediterráneo/ Fotos: Francisco Poyato y Manolo Nebot)