martes, 21 de abril de 2009

"Estuve siete veces a punto de morir". Entrevista con el creador del programa 'Al filo de lo imposible' de TVE, SEBASTIÁN ÁLVARO



El espíritu de aventura ha sido siempre el timón que ha guiado la vida de Sebastián Álvaro. Su aspiración a lo imposible ha sido una constante. Y buena prueba de ello se ha reflejado en los 340 documentales que ha realizado para TVE, en el programa “Al filo de lo imposible”, del que ha sido su creador. De su experiencia itinerante por todo el mundo ha acumulado paisajes en el corazón: grandes mares bravíos, atormentadas cordilleras y desiertos majestuosos. Descubrir el Himalaya, la Antártida, los Andes o el Pacífico es una empresa al alcance de todos. Pero no para todos. Y él ha sido de esos afortunados. Aunque con un precio bastante alto: siete veces a punto de morir. Ahora, tras concluir su periodo como director del programa documental de TVE concede en Madrid esta entrevista al Periódico Mediterráneo para repasar su larga trayectoria como periodista y aventurero.

P.- ¿Como fueron los inicios del programa “Al filo de lo imposible” de TVE?
R.- El responsable para lo bueno y para lo malo he sido yo. La idea de “Al filo de lo imposible” surgió de un primer documental, de un corto que hice hacia 1978, que se llamaba “Nueva dimensión”. Entonces pertenecía a un club de montaña que tenía a la gente más puntera y más revolucionaria en el panorama alpino-español. Y ahí un chaval de veinte años, que todo el mundo conocía por Musgaño, me cambió la vida: me ofreció la posibilidad de realizar un documental sobre las últimas tendencias de escalaba libre (una técnica en la que se utilizaban sólo los pies y las manos pero sobre todo con un espíritu, con una forma de pensar muy innovadora). Esta forma de practicar deporte partía de la idea de que con preparación, entrenamiento y una buena cabeza sería uno capaz de realizar cualquier cosa. Y esa fue la base de “Al filo de lo imposible”. Eso surgió en 1978. Entonces, yo ya llevaba trabajando trece años en TVE. Y en 1981 me ofrecieron participar en una expedición al Himalaya, a dos montañas de más de 8.000 metros. Fruto de esa expedición surgió el documental “Dimensión 8.000”, que tuvo muy buen recibimiento en España. Ese mismo diciembre se matan dos de los tres amigos que habían comenzado conmigo la expedición al Himalaya y al otro le amputan la mano derecha. Así que tengo que rehacer el pequeño equipo. En 1983 rehago el equipo y comienzo de nuevo. Después, realizamos la expedición al K2, una de las más duras que jamás he hecho pero una de las más aleccionadoras. Y en esa expedición aprendí mucho sobre conducción de grupos, liderazgo, organización, infraestructura, logísticas,… Ahí, en ese viaje que duró cuatro meses y en medio de un glaciar a 5400 metros- rematé la idea del programa. Finalmente, en 1984 presenté el proyecto con el nombre determinado de “Al filo de lo imposible”, que yo mismo me inventé y que cedí a TVE.
P.- Cada expedición ha sido una aventura nueva con un riesgo impregnado a ella. ¿Ha sabido usted encontrar el límite necesario para no arriesgar la propia vida y la de su equipo innecesariamente?
R.- En primer lugar quiero señalar una cuestión previa de filosofía que tiene que ver con lo que hacemos: “vivir es arriesgarse”. Uno sabrá gestionar el riesgo y lo podrá hacer en mayor o menor medida, pero nada nos hace inmortales. En segundo lugar: para mí –como jefe del grupo- nunca ha existido nada más importante que la propia seguridad y la de mi gente. Y creo que el tiempo me ha dado la razón. He realizado 193 expediciones, con más de 1.000 técnicos y especialistas, en las que hemos vivido actividades de altísimo riesgo y sólo hemos perdido dos compañeros por el camino.

P.- ¿Le han faltado alguna vez las fuerzas y ha estado a punto de abordar una expedición debido a una situación arriesgada?
R.- Sí, claro. Varias veces. Y, de hecho, alguna expedición la he tenido que anular porque no he visto que las condiciones fueran las adecuadas. O tal vez porque no he tenido claro que estuviéramos a la altura del objetivo. Por otra parte, en alguna ocasión después de comenzar algún proyecto han cambiado las circunstancias (país, montaña,…) y nos hemos venido directamente a casa,

P.-. No todos pueden contemplar las maravillas naturales de algunos de los lugares recónditos del planeta. ¿Qué siente al ser tan privilegiado?
R.- La serie de experiencias que he tenido me han hecho más humilde. El hombre moderno ha perdido gran parte de su sentido en el planeta, porque estamos rodeados de medios tecnológicos que nos dan la falsa sensación de seguridad y de prepotencia. Pero no es así. Es suficiente con salir a una montaña o caminar por un desierto o en la Antártida para recuperar la imagen de lo que somos: seres pequeñitos, vulnerables, que cuanto tenemos éxito también la podemos cagar. Y de hecho, lo vemos ahora con el calentamiento global y nos damos cuenta de que forma hemos influido en cosas que quizás jamás deberíamos de haber tocado. Pero lo que me han proporcionado esos viajes es la sensación de vivir emociones muy alejadas del común de los mortales y que tienen que ver con las cuestiones básicas del ser humano: con la curiosidad, la inteligencia, el deseo de querer llegar más allá, con la idea de que lo que merece la pena es el esfuerzo. Y lo que se comparte con la gente que quieres. Para mí la aventura y las expediciones han sido una escuela de valores que son aplicables a la vida cotidiana.
Recuerdo las 193 expediciones por motivos muy especiales. Tengo muchos lugares en la memoria, pero especialmente aquellos sitios salvajes, vírgenes, que están alejados de las muchedumbres y de la contaminación. Y son especiales porque nos recuerdan el planeta anterior al hombre. En primer lugar, el Karakórum (Asia) que fue mi primera expedición. El lugar más abrupto de la tierra y con mayor concentración de altas montañas. Estar ahí, para un montañero, es casi un sueño. Y detrás, la Antártida. El lugar de la tierra donde te sientes más vulnerable. En tercer lugar, el desierto líbico y, finalmente, Tierra de Fuego. Esos cuatro lugares son una buena representación de ese planeta que todavía, en buena medida, se mantiene al margen del hombre.

P.- ¿Cómo trabajan en equipo a esas altitudes en las que cualquier pequeño fallo puede resultar mortal?
R.-La regla de oro es la siguiente: “haz un equipo en condiciones”. Y formar un buen equipo no es fácil. Es una realidad que, por ejemplo, han aprendido los equipos de fútbol del Madrid y del Barcelona, en los últimos tiempos. Tú fichas a los mejores y no tienes el mejor equipo. El mejor equipo es otra cosa. Es un juego de sutilezas en el que cada uno le corresponde desarrollar un papel, diferente probablemente al del compañero, pero al mismo tiempo complementario y con un objetivo común. Eso no es fácil. Y de hecho un mismo equipo en un lugar tiene éxito y en otro no. Porque nos afectan las diferentes circunstancias. Así pasa con la montaña. Y para nosotros, el trabajo en equipo es fundamental: si tenemos un buen grupo seremos capaces de realizar grandes aventuras y buenos documentales. Si falla el grupo, todo falla en cadena.

P.- Durante el transcurso de una expedición habrá que tomar decisiones importantes. ¿Quién tiene prioridad el frío o las ganas de superación?
R.- Existen muchas más incógnitas cuando uno tiene que tomar decisiones. Y depende del lugar y de las circunstancias. Contra el frío se lucha. Aunque tienes que ser consciente que sobrepasado un punto entras en hipotermia y te mueres. Es lo que le pasó al compañero y buen amigo Iñaki Ochoa de Olza, el mayo pasado cuando se quedó a 7400 metros. Por eso, que uno tiene que tener la cabeza muy fría para aún estando muy cerca de la cumbre, si es necesario renunciar y darte la vuelta. Lo que está en juego es la vida. Pero sin capacidad de superación, sin curiosidad, y sin unas dosis de ambición personal, de querer llegar más lejos, de querer ver aquello que nadie antes ha visto, no hubiéramos prosperado como especie, no hubiéramos conocido los océanos ignotos, no se habría descubierto América, no se habría explorado el interior de África, no se habrían escalado las montañas más altas de la tierra. Y hoy en día no estaríamos pensando en enviar una expedición a Marte.

P.- Su trabajo es duro y supone estar muchos meses de expedición ¿puede establecer una auténtica relación entre la cuestión profesional y el ámbito de lo privado?
R.- Es difícil porque para nosotros el trabajo es toda la vida. Y eso en ocasiones no ha funcionado bien. Cuando te encuentras de expedición también las personas tienen un apartado privado. Es algo que hemos tratado de compaginar. Y de hecho cuando estamos en el campo base yo no estoy pendiente de lo que hace la gente en la tienda. He intentado compaginar eso en las expediciones y luego he intentado compaginar mi vida profesional con la familiar. No ha sido perfecto. Ni en las expediciones ni en el otro caso. Pero yo creo que más o menos hemos sabido llevarlo.

P.- En su libro titulado “Robando tiempo a la muerte” habla de esa aspiración del hombre a lo imposible, a lo que le supera. ¿A sabido usted robarle algo de ese tiempo a la muerte? ¿Aspira a metas más altas e imposibles como periodista-deportista?
R.- Creo que tengo todo el derecho a decir la frase que dijo MUTCHEN, cuando se retiró, que luego no lo hizo. Le pasó lo que a mí. Dijo: “Creo que he tenido la fortuna de vivir suficiente gloria para un hombre”. Yo creo que ya le he robado bastante tiempo a la muerte, con mucha fortuna. Porque he estado siete veces a punto de morir. Pero sobre todo porque el tiempo que he vivido me ha interesado más llenarlo de cosas, de pasión, de proyectos,… En definitiva, y rememorando lo que dijo un alpinista francés,Gastón Rebufatt : “No hay que preocuparse por llenar la vida de años, sino los años de vida”.
Como periodista me siento más narrador de historias. Mi imposible ya se ha visto. El primer imposible fue mantener “Al filo de lo imposible” veintiocho años en la tele. Yo creo que ese es de todos los imposibles el más imposible de todos. Y luego mi vida ha pasado por las cumbres más altas del planeta, por barcos hundidos a mayor profundidad, por el buceo, el espeleobuceo -por lugares como el Ártico, la Antártida, los Tres Polos- los catorce ocho miles, … por ahí van mis imposibles. Lo más cerca posible de ese planeta incontaminado.


P.- ¿Qué legado deja a la televisión pública española y, sobre todo, a los amantes del riesgo y de la aventura?
R.- Yo diría que a TVE y a los amantes de la aventura les dejo la mejor marca de televisión probablemente de todos los tiempos. Dejo 340 capítulos documentales que seguirán viendo nuestros hijos y nuestros nietos durante muchos años. Y le dejo a mi país -a los ciudadanos que sufragan la televisión pública- la idea de que nada más rentable les ha resultado que invertir en “Al filo de lo imposible”. Y rentable a nivel económico, y también a nivel intelectual y espiritual, por decirlo de alguna forma. Porque el legado que queda de “Al filo de lo imposible” nos supera a nosotros que somos pequeñitos mortales. Así que seguramente muchos años después de habernos muerto habrá una historia que tenga que ver con el espíritu de “Al filo de lo imposible”, que tiene que ver con el espíritu de superación, con la solidaridad, con el medio ambiente, con los proyectos de ayuda humanitaria, con esa idea que hace que el hombre sea capaz de acometer retos imposibles o que nos parecen imposibles, y que sin embargo merece la pena adentrarse en ellos.
P.- ¿Cree que con su forma de practicar el deporte ha establecido un estilo personal?
R.- Creo que sí, pero eso el tiempo lo dirá. Yo he practicado uno determinado que es el que interesaba bajo el punto de vista ideológico y profesional. He procurado sobre todo que las aventuras fueran empresas que entrañaran riesgo, porque sino no eran aventuras. A nivel profesional he trabajado en el género documental, que me parece que es el género más noble para mostrar por televisión. Nos hemos movido alejados de lo que es un reportaje insustancial que tanto se lleva ahora. Y que se realiza a ritmo de montaje picado, con una musiquita y tres tonterías más. Que igual que viene se va y no transmite nada.

P.- ¿Ha conseguido afrontar todos tus retos como conductor del programa o cree que se ha quedado algo por mostrar a la audiencia? ¿Ha marcado “Al filo de lo imposible” su vida?
R. - Prácticamente el 95% de los proyectos que pretendíamos realizar, los hemos cumplido. Pero, si la pregunta es: ¿queda algo por hacer? Queda mucho por hacer. Y de hecho la primera reflexión que hago es que una vida no es suficiente para acometer todos los retos que podemos llegar a plantearnos en la cabeza. Pero, espero también tener suerte realizar los proyectos que me faltan a partir del próximo año. Porque aunque acabé mi trabajo en el programa yo voy a seguir ligado al mundo de la exploración, de la aventura, de la ayuda humanitaria y de los proyectos de investigación.
Y no me creo un replicante para que gente de fuera me ponga una fecha de caducidad. En función de mis fuerzas decidiré cuando y de que forma acabaré mis proyectos. En cualquier caso, ningún burócrata va a decidir mi vida.
Por otra parte, señalar que “Al filo de lo imposible” ha marcado absolutamente mi vida, en los últimos treinta años. Para bien y para mal. No quiero decir que todo haya sido positivo. Lo que haya marcado en la televisión y en la sociedad, el tiempo lo decidirá. Y no seré yo el que tenga que hacer esa labor. Lo hará otra gente. La vida no tiene rebobinado y no tiene marcha atrás. Lo único que se nos da y se nos concede de vez en cuando es aprender de nuestros errores. Y yo lo que he intentado es siempre no cometer dos veces el mismo error. Creo que puedo considerarme legítimamente orgulloso y afortunado de lo que he hecho pero voy a cultivar muy poco la nostalgia y lo que voy a hacer es lo que siempre he hecho: marcarme un próximo reto y ponerme a trabajar en él. Esa es la mejor forma de olvidar tristezas, nostalgias y añoranzas pasadas.