viernes, 5 de marzo de 2010

Reanimar la fe en la vida


Nuestra diócesis de Segorbe-Castellón celebra, en este año 2010, el 50 aniversario de su configuración territorial. Una efeméride que nos recuerda que mediante la Bula Ecclesia católica urbes, de Juan XXIII, la diócesis pasó a llevar el título de Segorbe-Castellón, pudiendo de esta forma el obispo residir en cualquiera de las dos ciudades y elevando a rango de concatedral la arciprestal de Castellón. Un hecho que aconteció el día 31 de mayo de 1960 por el decreto Valentina-Segobricense-Dertosense y que supuso el comienzo, en ese momento, de una nueva etapa diocesana. Un periodo de adaptación tanto en la administración como en la pastoral y en los seminarios.

En el año 1964 -según el Boletín Oficial de la diócesis de Segorbe-Castellón- esta nueva configuración contaba con una extensión de 4.643,08 km2, una población de 285.000 habitantes, 9 arciprestazgos, 131 parroquias y 164 sacerdotes. Actualmente, la superficie de la diócesis es de 4.380,35 km2, con una población de 486.740 habitantes, 14 arciprestazgos, 147 parroquias y 173 sacerdotes. En definitiva, un conjunto de cifras que reflejan que nuestra diócesis forma parte de la provincia de Castellón, en un tiempo y en un espacio determinado, y que no es ni más ni menos que –como indica el Código de Derecho Canónico- “una porción del pueblo de Dios, cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la cooperación del presbiterio…”.

Pero dejando a un lado los hechos históricos, las cifras, y las definiciones –que son muy importantes-, la celebración de este aniversario nos obliga a replantear –para la reflexión- algunas cuestiones fundamentales. “Muchos de nuestros católicos desconocen o tienen un conocimiento insuficiente de nuestra diócesis…”, afirmaba el prelado de Segorbe-Castellón, Casimiro López Llorente, en la homilía que pronunció en la misa de apertura del cincuenta aniversario de esta configuración. Una idea que constata claramente la falta de sensibilidad –en ocasiones- de los propios católicos que desconocen hasta las instituciones de las que forman parte. Por eso, el primer planteamiento que nos hemos de hacer es el de si conocemos, verdaderamente, a la propia diócesis de la que decimos formamos parte. Porque “nadie puede amar aquello que no conoce”. Y nuestro desconocimiento o conocimiento insuficiente pueden llevarnos al distanciamiento o incluso a la marginación, que afecta también al seno de la misma Iglesia. Y como decía el sacerdote y periodista José Luís Martín Descalzo, al final, podemos “oscilar entre el orgullo agresivo por ser católicos y la vergüenza de demostrarlo en público”.

Así, pues, sentirnos parte de la Iglesia Católica supone sentirnos Iglesia diocesana. Y por tanto conocerla, comprenderla y amarla con sus “aciertos y sus errores”. Con la urgencia de trabajar por la unidad y la evangelización, evitando cualquier tipo de particularismo. Y fomentando la apertura, la comprensión, el respeto, la ayuda,… Conscientes de que vivimos un cierto ambiente de increencia, estimulado por la pérdida de la memoria y de la herencia cristianas. Ligado a veces al agnosticismo práctico y a la indiferencia religiosa, que afectan al seno de la misma Iglesia.

“El mundo de hoy necesita más testigos que predicadores” –afirmaba el Cardenal Tarancón- para que su mensaje sea entendido. Comencemos nosotros viendo con claridad lo que creemos y profesamos para testimoniarlo a nuestros hermanos diocesanos. Expresemos con entusiasmo y ardor la fe que vivimos pero en la realidad en la que viven los hombres. Con un claro testimonio de vida, que mueva a creer en Jesucristo. Superando los miedos que nos invaden. Porque el verdadero héroe, no es el que no siente miedo, sino el que sabe superarlo.

Un segundo cuestionamiento sería el de la práctica religiosa. “A nadie se le escapa el alejamiento de la vida eclesial, por distintas causas y motivos, y el bajo índice de práctica dominical y sacramental de nuestros fieles. Algo que nos ha de preocupar e interpelar seriamente”, indicaba también el obispo en la misa de apertura del aniversario, consciente de que “muchos son más católicos que cristianos”. Y que el cristianismo de tradición se está imponiendo al de adhesión. Por tanto, es urgente que sepamos ser realmente testigos y testimonios veraces y elocuentes de lo que anunciamos. Que sepamos “estar siempre dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos pida explicaciones” –como dice el Evangelio-. Olvidando y apartando la fuerza y la autoridad como armas de defensa. Que el diálogo, y la invitación sean siempre la base de nuestra Iglesia. Construyendo “sobre roca” nuestra vida religiosa. Y no conformándonos sólo con ser cristianos de tradición, sino apuntando a bienes más altos.

Pero sobre todo, ante la situación de increencia actual es imprescindible que volvamos a los orígenes. De la misma forma que los castellonenses regresarán –el próximo domingo- al Castell Vell y al Ermitorio de la Magdalena para recordar y conmemorar sus inicios como pueblo y como comunidad, también nuestra diócesis está llamada –en esta efeméride y como en tiempos pasados- a volver a llevar a la práctica lo esencial de la misión. Es decir: a acoger, proclamar, celebrar y testimoniar al Señor. Que en esta tarea sintamos esa urgente exhortación del libro del Apocalipsis: “ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir”.

Que este aniversario de la configuración diocesana de Segorbe-Castellón, nos ayude a conocer mejor a nuestra madre la Iglesia. Con el compromiso de servirla y amarla, con sus virtudes y defectos. Descubriendo la gran herencia espiritual que nos han dejado los que nos han precedido. Y, así, apoyados en el testimonio de los santos y los mártires podamos seguir manteniendo vivo a Jesucristo y su Evangelio. Siempre en torno al Obispo, como Padre y Pastor, y como Sucesor de los Apóstoles, para construir una verdadera Iglesia diocesana. (Artículo publicado en el extra de las fiestas de la Magdalena que el Periódico Mediterráneo regala hoy viernes día 5 de marzo del 2010)