Para aquellos que no han vivido en su propia carne la desaparición de un ser querido, la visita a un cementerio se convierte en el único contacto con la realidad de la muerte. Más allá de que alguna vez en su vida se hallan planteado este tema.
No nos de miedo hablar de la muerte humana. De una realidad de la que nadie escapa, por mucho que intente evadirse y no nombrarla, como se pretende hacer demasiado frecuente.
Por esto, la muerte es radicalmente algo singular, que nadie puede vivir en lugar de otro, y de lo cual nadie puede hacer una experiencia anticipada, a causa del carácter definitivo que tiene para la existencia individual. "Nos toca vivir la propia muerte", decía con gran profundidad el Dr. Luis Carreras, uno de los pioneros del movimiento litúrgico en Cataluña. Y es impresionante comprobar como, cada vez más, nos resulta difícil o incluso imposible aceptar la muerte de los que nos rodean, y menos aún la nuestra. Y como estas sociedades crean una barrera, un muro fronterizo, para borrar toda mención humana o religiosa a la muerte.
Hoy en día, es lamentable comprobar como internet, ante la pereza o escalofrío que puede originar acercarse hasta un cementerio, es capaz de eliminar este problema creando lo que ya se conoce como cementerios "virtuales". Según los creadores "no pretenden sustituir el lugar físico donde descansan los seres queridos, sino tener un lugar que ayude a recordarlos". De esta forma, mediante fotografías, grabaciones de audio o de vídeo y una memoria escrita por sus allegados, podemos recordar a unas personas concretas con nombre y apellidos.
¡Que horrible, por favor! Me parece lógico que queramos mantener vivo el recuerdo y el cariño hacia los nuestros, pero nunca había imaginado que una web fuera el lugar más apropiado para que todo el mundo se uniera a mi reconocimiento. Pero esto no es todo. Para más seguridad, estos cementerios virtuales incluyen tres tipos de acceso: el público, abierto a cualquier persona; el semipúblico, para los inscritos, y el privado, al que se ingresa con una clave que tiene el familiar, el cual puede, si le apetece, facilitar su clave a otras personas. Y además, los visitantes podrán firmar o escribir en el libro de memoria. Incluso escoger las flores para colocar en la tumba virtual.
Es impresentable, no razonable, pero sí comprensible, que en nuestra sociedad nos cueste cada vez más hablar de la muerte y de los difuntos, porque hemos intentado alejar de nosotros algo que es real y seguro. Incluso los medios de comunicación, nuestros núcleos familiares y de amistad, distancian su presencia lejos de todas estas "tristes verdades".
Nuestra gente ya no muere en casa sino en los hospitales y es visitada en los tanatorios. Incluso hay niños y jóvenes que no han vivido ninguna experiencia de muerte a su alrededor. ¿Por qué tanto misterio? ¿Hemos de ocultar algo? ¿Será que no nos aceptamos como somos? ¿O incluso que nos gustaría controlar la vida misma? Pues parece que no será posible. Por más virtualidad que nos inventemos. Así que aceptamos lo que tenemos y vivimos con paz y serenidad o nos sumergimos en la depresión más solemne.
A cada cual lo suyo.
Por esto, la muerte es radicalmente algo singular, que nadie puede vivir en lugar de otro, y de lo cual nadie puede hacer una experiencia anticipada, a causa del carácter definitivo que tiene para la existencia individual. "Nos toca vivir la propia muerte", decía con gran profundidad el Dr. Luis Carreras, uno de los pioneros del movimiento litúrgico en Cataluña. Y es impresionante comprobar como, cada vez más, nos resulta difícil o incluso imposible aceptar la muerte de los que nos rodean, y menos aún la nuestra. Y como estas sociedades crean una barrera, un muro fronterizo, para borrar toda mención humana o religiosa a la muerte.
Hoy en día, es lamentable comprobar como internet, ante la pereza o escalofrío que puede originar acercarse hasta un cementerio, es capaz de eliminar este problema creando lo que ya se conoce como cementerios "virtuales". Según los creadores "no pretenden sustituir el lugar físico donde descansan los seres queridos, sino tener un lugar que ayude a recordarlos". De esta forma, mediante fotografías, grabaciones de audio o de vídeo y una memoria escrita por sus allegados, podemos recordar a unas personas concretas con nombre y apellidos.
¡Que horrible, por favor! Me parece lógico que queramos mantener vivo el recuerdo y el cariño hacia los nuestros, pero nunca había imaginado que una web fuera el lugar más apropiado para que todo el mundo se uniera a mi reconocimiento. Pero esto no es todo. Para más seguridad, estos cementerios virtuales incluyen tres tipos de acceso: el público, abierto a cualquier persona; el semipúblico, para los inscritos, y el privado, al que se ingresa con una clave que tiene el familiar, el cual puede, si le apetece, facilitar su clave a otras personas. Y además, los visitantes podrán firmar o escribir en el libro de memoria. Incluso escoger las flores para colocar en la tumba virtual.
Es impresentable, no razonable, pero sí comprensible, que en nuestra sociedad nos cueste cada vez más hablar de la muerte y de los difuntos, porque hemos intentado alejar de nosotros algo que es real y seguro. Incluso los medios de comunicación, nuestros núcleos familiares y de amistad, distancian su presencia lejos de todas estas "tristes verdades".
Nuestra gente ya no muere en casa sino en los hospitales y es visitada en los tanatorios. Incluso hay niños y jóvenes que no han vivido ninguna experiencia de muerte a su alrededor. ¿Por qué tanto misterio? ¿Hemos de ocultar algo? ¿Será que no nos aceptamos como somos? ¿O incluso que nos gustaría controlar la vida misma? Pues parece que no será posible. Por más virtualidad que nos inventemos. Así que aceptamos lo que tenemos y vivimos con paz y serenidad o nos sumergimos en la depresión más solemne.
A cada cual lo suyo.
(Publicado en el Periódico Mediterráneo. 06/11/06)