lunes, 16 de febrero de 2009

Muere en Roma monseñor Cipriano Calderón Polo


Recibí la noticia de su muerte a través de un mensaje via móvil que me mandaron estando de Ejercicios Espirituales. Sabía de su enfermedad: cáncer. Pero no pensé que su estado de salud fuera ya tan crítico. Hablé con él antes de Navidad y me comentó que iba muy a menudo al médico. La noticia de su fallecimiento no sólo me causó tristeza sino también sorpresa. Le conocí cuando estuve -como enviado especial del Periódico Mediterráneo- en Roma cubriendo la información de los funerales de su Santidad Juan Pablo II. Después, tuve la suerte de entrevistarlo con ocasión de la visita de Benedicto XVI a Valencia (ver sección de entrevistas o pulsar aquí en el enlace directo: http://hectorgozalbo.blogspot.com/2006/11/cipriano-caldern-polo-obispo.html). Siempre fue afable conmigo. Cada vez que viajaba a Roma, su casa estaba abierta para mí y la gente que venía conmigo. Buena prueba de ello está en que nunca dudó en acompañarnos en las visitas por la Ciudad del Vaticano. Claro está, siempre que su agenda se lo permitía. Asistimos juntos a la presentación de la Exhortación Apostólica "Sacramentum Caritatis" del Papa Benedicto XVI, en la Sala de Prensa del Vaticano (como refleja una de las imágenes que ilustra esta noticia). No sólo nos unía el vínculo de la fe sino también el ejercicio del periodismo. Porque además de sacerdote, él también fue periodista. Y si en algo destacó fue en su gran amor hacia la Iglesia y los Papas. Que Dios lo tenga en su Gloria. Descanse en Paz.

Adjunto un interesante artículo que ha escrito mi amigo Antonio Pelayo (Corresponsal en Italia y Roma de Antena 3) en la versión digital de la revista "Vida Nueva", sobre la persona y figura de monseñor Cipriano Calderón:

En los viejos manuales españoles de educación se nos enseñaba a responder a las personas de mayor edad o dignidad con la frase “servidor de Usted”. Hoy, al recordar a monseñor Cipriano Calderón, que conoció y trató sucesivamente a seis papas, pienso que ante todos ellos hubiera podido presentarse así: “Cipriano Calderón, presbítero español, servidor de Usted, del Papa, de la Iglesia romana y católica”.
Entre las muchas cualidades que Dios le había concedido sobresale, afectiva y efectivamente, su fidelidad a los papas y a la Iglesia, a cuyo servicio puso su inteligencia, su capacidad de trabajo, su austeridad de vida, sus vastos conocimientos. Y la suya era una fidelidad que nacía por supuesto de la fe en él tan arraigada desde sus raíces familiares, pero que se trasvasaba a toda su actividad inundándolo todo y dándole sentido y coherencia. Otra segunda cualidad ésta que también define a quien hoy recordamos.
Cipriano había nacido en Plasencia, tierras de Extremadura de la que salieron hace siglos algunos de los más heroicos conquistadores de América. Su ser extremeño no le abandonó nunca, como tampoco el acento característico de su región natal aun después de tantos años de vivir fuera de ella. Roma se convirtió en su segunda patria: aquí llegó para realizar sus estudios en el Palacio Altemps –sede entonces del Pontificio Colegio Español de San José–, aquí fue ordenado sacerdote el 19 de marzo de 1953; aquí desarrolló su intensa actividad periodística, primero como corresponsal de diversas publicaciones españolas y después como director de la edición en castellano de L’Osservatore Romano. En la Basílica de San Pedro recibió la consagración episcopal el 6 de enero de 1989. La “romanidad” se había convertido en la segunda faceta de su personalidad no sólo como efecto de sus largos años de vida en la urbe. Era romano por convicción y talante y sus reflejos estaban siempre condicionados por esa ligazón con la Roma de la cultura desde luego, pero sobre todo de la fe. Lo recordó en la preciosa homilía que pronunció en la iglesia jesuítica del Gesú en la Eucaristía presidida por el cardenal Eduardo Martínez Somalo con motivo de los 50 años de sacerdocio del purpurado, al que monseñor Calderón estuvo tan ligado que “heredó” el título episcopal de Tagora cuando fue nombrado obispo por Juan Pablo II.
Fue el papa Wojtyla quién le nombró vicepresidente de la Pontificia Comisión para América Latina, cargo que desempeñó con esa entrega al trabajo que le ha caracterizado siempre. Al continente de la esperanza le dedicó los años más intensos de su vida: recorrió sus países uno a uno, estableció relaciones de amistad con muchos de sus obispos y cardenales, ayudó a superar tensiones y establecer puentes de diálogo cuando éstos eran más necesarios que nunca. Acompañó a la Iglesia latinoamericana en sus momentos estelares, como fueron las sucesivas asambleas de Puebla, Medellín, Santo Domingo, y promovió que en Roma se conocieran mejor las aspiraciones y tensiones de esas “jóvenes” iglesias.

Sacerdote y periodista
Este rápido retrato de monseñor Calderón quedaría incompleto si no me refiriera a su actividad periodística, que ocupó tantas horas de su vida. Fue una pasión que atravesó toda su existencia: trabajó en la Oficina española de información del Concilio Vaticano II, sobre el que escribió centenares de crónicas y artículos; Pablo VI le hizo director de la edición semanal en lengua castellana de L’ Osservatore Romano, colaboró con diversos medios de comunicación y fue autor de varios libros donde volcó su erudición y buen sentido. Pero independientemente de sus actividades concretas en este campo, no perdió nunca algo que es innato en el periodista: la curiosidad. Cuando ya no tenía ninguna obligación de hacerlo, era muy frecuente encontrárselo en la Sala de Prensa de la Santa Sede recogiendo el bolletino o asistiendo a algunas de las conferencias de prensa allí convocadas. Sobre ciertos temas, don Cipriano lo sabía “todo” pero administraba con gran prudencia sus saberes, disfrutando de ir bastante por delante de algunos colegas que se las daban de enterados. Ya enfermo, no perdió la costumbre de darse, siempre que podía, una vuelta por la sala de prensa con su inevitable pregunta: “¿Qué hay de nuevo?”.
Monseñor Cipriano Calderón deja en Roma, en España, en América Latina y en el mundo muchos amigos que le recordarán con estima (los primeros, sus hermanos, los sacerdotes operarios diocesanos fundados por el beato monseñor Domingo y Sol). Desaparece ante nuestros ojos su inconfundible persona, pero quedará para siempre su testimonio de fidelidad; el Señor sabrá recompensar con creces a su siervo fiel. (Este artículo de Antonio Pelayo está también en la edición diaria de "L’Osservatore Romano").

“Que me recuerden por mi amor a la Iglesia y a los papas”
El miércoles, 4 de febrero de 2009, fallecía en Roma, a los 81 años, Cipriano Calderón. En una entrevista a la revista Vida Nueva, publicada hace algunas semanas (en su número 2.642) manifestaba su deseo de que le recordaran “por mi amor a la Iglesia y a los papas”. Una de sus pasiones era la escritura, y de ello dan fe no sólo sus colaboraciones con publicaciones como "Ecclesia", "Signo" y "Ya" y su paso por "L’Osservatore Romano", sino también sus libros, entre los que destaca Vaticano II, donde analiza el Concilio, del que fue testigo directo. “Soy sacerdote y periodista. Y subrayo la palabra sacerdote”, aseguró durante su entrevista a la revista "Vida Nueva". De América Latina, continente que conoció muy bien por su responsabilidad en la Curia, lamentaba el fenómeno de las sectas: “Están haciendo disminuir notablemente el número de católicos, lo que exige una presencia continua y una acción incisiva de los evangelizadores: obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos”.
El viernes 6 de febrero, a las 17:00, tuvo lugar la misa funeral en el Altar de la Cátedra, en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Al día siguiente, los restos mortales se trasladaron a Plasencia, en cuya catedral se instalaró la capilla ardiente. El domingo 8 de febrero tuvo lugar el funeral en Plasencia, y el cadáver recibió sepultura en la parroquia de El Salvador.