Otra vez, la Iglesia se ve salpicada por un supuesto nuevo caso de abusos sexuales. En esta ocasión, las acusaciones señalan a un religioso Carmelita Descalzo que residió en nuestra diócesis de Segorbe-Castellón. La noticia ha causado gran revuelo en los medios de comunicación y ha vuelto a poner sobre la mesa muchos interrogantes. A la vez que ha suscitado no pocas críticas e innumerables acusaciones que afectan a los católicos y al seno de la propia Iglesia, en un periodo de debilitamiento y prueba, pero también de purificación y acrisolamiento.
Pero ballamos a los hechos. No se puede negar que algunos miembros mediante sus actos “pecaminosos y criminales” han traicionado, consternado y dolorido a la Iglesia de Jesucristo. Y que uno de los primeros pasos para recuperarnos de esta lesión será reconocer –ante Dios y ante los demás- los pecados e injusticias cometidos contra estos niños. No abogar por el ocultamiento, pero sí actuar con la debida prudencia evitando –en la medida de lo posible- cualquier tipo de escándalo. Con el mismo ejemplo que han tomado los superiores de los Carmelitas, tanto en el ámbito eclesial como en el civil, colaborando con las autoridades judiciales.
También a raíz de estos acontecimientos se habla de una vinculación entre celibato y pedofilia. Algo claramente desmentido por algunos psiquiatras, entre ellos Manfred Lutz. Quien afirma rotundamente que “está conexión no existe”. Es más, y así lo demuestran las estadísticas oficiales –no realizadas por la Iglesia- que las personas que viven la abstinencia sexual tienen menor riesgo de cometer abusos sexuales que los casados. Y también las cifras demuestran que los abusos sexuales en su mayoría son cometidos por personas casadas.
Mientras tanto todos nosotros –sacerdotes y creyentes- estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos en la fe. A los ojos de algunos aparecemos todos tachados de culpables por asociación. Y se nos mira como a responsables de los delitos de los demás. Además, las informaciones divulgadas en los medios de comunicación, en ocasiones, no se ajustan a la realidad de los hechos o simplemente la tergiversan. Contribuyendo a crear un sentimiento de repudio o de rechazo hacia la propia institución.
El Papa Benedicto XVI en su “Carta a los Católicos de Irlanda” –con motivo del abuso de niños y jóvenes- señala con rotundidad que los autores de estos abusos deben asumir las responsabilidades y no perder la esperanza. Un hecho que demuestra claramente que la Iglesia condena este fenómeno, con una llamada a asumir responsabilidades para reparar y garantizar que no vuelvan a suceder en el futuro. Pero, de momento, la batalla de unos pocos será combatida, llevada a hombros y reparada por todos. (Artículo que debía haberse publicado en un medio de comunicación provincial pero que al final por la delicadeza del tema y por una reflexión personal decidí censurar)
Pero ballamos a los hechos. No se puede negar que algunos miembros mediante sus actos “pecaminosos y criminales” han traicionado, consternado y dolorido a la Iglesia de Jesucristo. Y que uno de los primeros pasos para recuperarnos de esta lesión será reconocer –ante Dios y ante los demás- los pecados e injusticias cometidos contra estos niños. No abogar por el ocultamiento, pero sí actuar con la debida prudencia evitando –en la medida de lo posible- cualquier tipo de escándalo. Con el mismo ejemplo que han tomado los superiores de los Carmelitas, tanto en el ámbito eclesial como en el civil, colaborando con las autoridades judiciales.
También a raíz de estos acontecimientos se habla de una vinculación entre celibato y pedofilia. Algo claramente desmentido por algunos psiquiatras, entre ellos Manfred Lutz. Quien afirma rotundamente que “está conexión no existe”. Es más, y así lo demuestran las estadísticas oficiales –no realizadas por la Iglesia- que las personas que viven la abstinencia sexual tienen menor riesgo de cometer abusos sexuales que los casados. Y también las cifras demuestran que los abusos sexuales en su mayoría son cometidos por personas casadas.
Mientras tanto todos nosotros –sacerdotes y creyentes- estamos sufriendo las consecuencias de los pecados de nuestros hermanos en la fe. A los ojos de algunos aparecemos todos tachados de culpables por asociación. Y se nos mira como a responsables de los delitos de los demás. Además, las informaciones divulgadas en los medios de comunicación, en ocasiones, no se ajustan a la realidad de los hechos o simplemente la tergiversan. Contribuyendo a crear un sentimiento de repudio o de rechazo hacia la propia institución.
El Papa Benedicto XVI en su “Carta a los Católicos de Irlanda” –con motivo del abuso de niños y jóvenes- señala con rotundidad que los autores de estos abusos deben asumir las responsabilidades y no perder la esperanza. Un hecho que demuestra claramente que la Iglesia condena este fenómeno, con una llamada a asumir responsabilidades para reparar y garantizar que no vuelvan a suceder en el futuro. Pero, de momento, la batalla de unos pocos será combatida, llevada a hombros y reparada por todos. (Artículo que debía haberse publicado en un medio de comunicación provincial pero que al final por la delicadeza del tema y por una reflexión personal decidí censurar)